De recuerdos navideños y turrones de chocolate
No debía tener yo más de 8 ó 10 años. Todavía vivían mis abuelos y toda la familia se juntaba en su casa para celebrar la Nochebuena.
Antes incluso de empezar a preparar las mesas y poner los platos, ya se abría alguna botella de vino de Jerez. Entre tanto mi abuela preparaba sopa de almendras, los niños íbamos de un lado a otro enredando donde podíamos.
Mis tíos ya estaban en el salón dándole al vino, al jamón y al queso mientras yo acompañaba en la cocina a mi abuela con algún primo, sin saber muy bien qué hacer. Ya saben, too young to die, too old to Rock'n'Roll. Recuerdo cómo mi abuela abrió la alacena, sacó una tableta de turrón de Suchard del tamaño de un Jumbo Jet y nos la dio.
No será necesario decir que la tableta, que en mi memoria es la más grande, más dulce y mejor tableta de chocolate que ha habido en el mundo, no llegó a ver el comienzo de la cena, de la que no tengo más conciencia hasta que, levantados los manteles, alguien dijo: "Hay una tableta de turrón de chocolate buenísima que vamos a sacar ahora mismo".
Mi abuela y yo nos miramos, y bastaron esas dos miradas que se fundieron en una para que ambos supiéramos que ese turrón no iba a aparecer.
Y mi abuela, como hacía siempre, sonrió sin decir nada más.
¿He dicho alguna vez que echo de menos a mis abuelos? Pues les echo mucho de menos.