Para ser un genio, es un buen punto de partida ser un desgraciado. Muchos de los genios que han existido en el mundo han sido unos desgraciados o unos incomprendidos. Sin embargo, la inmensa mayoría de los desgraciados que han existido en el mundo se han quedado sólo en eso. Pero sepa usted que si quiere se un genio sí hay un atributo que todos los genios tienen en común: la juventud.
Newton y Einstein concibieron sus grandes teorías (la de la gravitación universal y la de la relatividad especial) entre los 20 y los 30 años. Eso me da un margen de unos 3 meses para pasar a la posteridad convertido en un genio o quedarme como otro gilipollas más. Dado que vivo apartado de la comunidad científica, que soy incapaz de recordar cómo leches se hacía una derivada, que soy un completo zote y que además aún conservo la calculadora científica que usé en mi época estudiantil (aunque sin pilas), todo parece indicar que voy de cabeza a por lo segundo.
Pero habrá quien diga que incluso el límite de la treintena es optimista. A los que nos dio por estudiar informática nos suena el nombre de un tal John Von Neumann (János para los amigos). Von Neumann fue uno de esos tíos listísimos que, cuando lees algo de lo que hizo, no aciertas a comprender por qué no lo conoce ni la madre que lo parió, como se suele decir. Von Neumann es el padre de la arquitectura de computadores tal y como la conocemos en la actualidad, y la ideó porque necesitaba una máquina que le ayudara a realizar los cálculos para el desarrollo de la bomba atómica. Vamos, que si hoy en día podemos levantarnos de la cama, encender el ordenador y leer cientos de correos de spam, es gracias a que unos señores decidieron que había que fabricar unas ciertas bombas que aprovecharan de manera práctica (que no eficiente) la fórmula de E=mc^2 (y luego habrá quien diga que las guerras son malas).
¿Y por qué estoy hablando de Von Neumann? Pues por esto que decía en su juventud:
Cuando tenía veintitantos años, la fama de Von Neumann se había propagado por todo el mundo en la comunidad matemática. En los congresos de matemáticas se dio cuenta de que se le consideraba un joven genio. El joven Von Neumann afirmó temerariamente que la capacidad matemática declinaba a partir de los veintiséis años; sólo a través de la experiencia adquirida se ocultaba el hecho, y además por poco tiempo.*
Sin duda con el paso del límite de los veintiséis años Von Neumann perdió la cabeza porque, en efecto, la experiencia nos dicta que desde ese momento la caída es inexorable y dolorosa. El orgullo es un compañero cruel que se empeña en no dejarnos ver nuestro declive hasta que es demasiado tarde.
Visto que ya he pasado mi periodo de máxima creatividad y capacidad mental, revisemos qué he conseguido. Entre los grandes logros de mi vida está el ser capaz de atarme los cordones, el dejar hecho el nudo doble windsor en las tres corbatas que tengo, el no poder hablar con nadie de nada que realmente me importe, el haberme convertido en un comprador compulsivo de cosas inútiles y caras, y el acumular debajo de mi cama unas pelusas del tamaño de un mastín junto con un rimero de guitarras que no toco. De hecho mi mayor éxito ha sido haber dejado a la mitad todo lo que he comenzado en la vida. Pero creo que puedo darme por satisfecho: al menos todavía no me he dado a las drogas.
Pero volvamos al tema que nos traía: nuestro legado al futuro. Si es cierto aquello de que
"sólo mueren los que son olvidados", la única manera de seguir con vida una vez que hayamos transitado al cielo (los que se lo hayan ganado) o al infierno (todos los demás, o mejor dicho:
todos) es dejar algo colgado en el youtube que nos perpetúe para las generaciones futuras. Llegará un día en que un jovencito busque "imbécil pasando a la posteridad", y verá nuestro vídeo. Y se lo reenviará a sus contactos del MSN. Y sus contactos se reirán de nosotros. Y seremos olvidados. Y la Tierra seguirá girando.
Queridos niños: las tres tareas que antiguamente se consideraban imprescindibles para tener una vida plena eran escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo. No voy a escribir un libro porque no tengo nada que contar. No voy a plantar un árbol porque no soy ecologista. Y no voy a tener un hijo porque la ciencia todavía no ha avanzado lo suficiente como para que no haga falta una mujer en el proceso. Así que mi legado a la humanidad será... mi extinción. ¡Ah, y una hipoteca! ¡Bien por mí!
* Poundstone, William. El dilema del prisionero. Alianza Editorial, 1995.