De aversiones y cariños desmedidos
Me decía hoy un muy apreciado compañero en petit comité lo siguiente:
Ya no existe lo bueno ni lo malo, sólo lo correcto... Nadie odia ni ama y tú haces ambas cosas...
Pues sí, querido amigo: como muestra de oxímoron clásico, a mí me queda claro que, para regocijo y desgracia personal, tengo la malsana y enfermiza costumbre de amar y odiar desde lo más profundo de mi corazón; sentimientos que de lo natural son exacerbados hasta el infinito por mi propia locura.
Siempre me lleva la introspección a pensar que voy instilando el odio allí por donde paso, y que ese odio mismo bebe de las fuentes de la propia ignominia que nos rodea.
Sin embargo, atendiendo a una distribución casi estadística del amor y del odio dispensado a lo largo del día a día, y sin llegar a conformarme con pensar que quepa la posibilidad de que haya alguien en el mundo que pueda tener razón y no sea yo mismo, acabo por ver que, ¡pardiez!, ¡también quiero a algunos de mis semejantes!
Y, sí, hablo de esto porque, habiendo compartido parte de la tarde con lo que se viene a denominar un viejo conocido de la afición (léase colega, amigo, compadre o cualesquiera nombres se le quiera dar), el poso que deja el saber que hay alguien ahí fuera con quien comparto algo más que unas palabras sólo con mirarle a los ojos, compensa todos esos improperios que pueda proferir a un puñado de desconocidos desde el interior del coto de inmoralidad consentida que es mi propio coche, sin ir más lejos.
Ya dije ayer que el contenido de este blog iba a ser
no necesariamente divertido, no necesariamente entretenido, no necesariamente realpero, al menos hoy, sí es sincero.
Días vendrán Sancho con los que despotriquemos de y contra todo, pero no serán esos días necesariamente felices. Quizá no lo sean tampoco los actuales, así que... jodidos estamos.
Forse altro canterà con miglior plectro.