martes, 29 de enero de 2008

De porqué las mujeres no pillan los chistes

No lo pillo...Es absolutamente cierto: últimamente en este vuestro (mi) blog no estábamos haciendo honor al lema con tanto orgullo reza la cabecera. Y es que de las diatribas de un misógino en la urbe hemos pasado a las mariconadas sensibleras de los últimos tiempos, y en este saco incluimos despedidas lacrimógenas, peroratas medrosas tomadas de terceros e introspecciones absurdas y timoratas. Pues sí, tienen ustedes toda la razón al quejarse y exclamar que ya está bien. Si hay que levantarse, alzar la voz y dar un puñetazo en la mesa, se da.

Y si hay que decir lo que el público quiere oír, se dice.

Por supuesto, el público ya desde tiempos de Nerón tenía muy claro que para entretenerse lo mejor es ver sangre en la arena. Quizás en una de esas luchas entre aguerridos gladiadores palmara el ídolo de la afición, pero, oiga, si no aguanta una broma no venga al pueblo. Siempre habrá otro la semana siguiente dispuesto a bregar con un negraco de 2 metros por salvar la vida, el honor y la libertad y, por encima de todo, por entretener al Emperador y a sus súbditos. ¡Que no decaiga el espectáculo!

Así que, señoras, váyanse a buscar trapitos porque aquí comienza el gran circo.

¿Y qué debe hacer el resto? Pues seguir leyendo si es que es de su gusto, porque, no lo duden, a estas alturas ya ha debido ofenderse alguna visitante casual. Y digo que se haya ofendido alguna casual porque espero que las habituales (si es que las hay) ya sepan que esto atañe a las de siempre.

¿Por qué habrían de tomarse a mal esas dueñas que yo venga aquí a decir sandeces? Aunque no lo crean, la respuesta está en los genes. O al menos eso dice el profesor Sam Shuster, del Hospital Universitario de Norfolk y Norwich, Inglaterra, que ha hecho un estudio montado en un monociclo:

Por naturaleza, los hombres son más cómicos que las mujeres debido a que poseen la hormona testosterona.

La verdad es que admiro al menda en cuestión. ¿Se hubiesen ustedes imaginado a una profesora montada en un monociclo por la calle estudiando si se ríen de ella o no?

El profesor también puntualiza algo que ya dijimos nosotros aquí hace meses:

Las mujeres hacen menos chistes que los hombres y los comediantes de sexo masculino superan en número a las comediantes de sexo femenino.

¿Qué conclusión nos lleva a inferir todas estas gilipolleces aquí referidas? Pues que si me hubieran dicho antes que mi complejo de payaso no era más que una forma de liberar testosterona, seguramente hubiera hecho un chiste y me hubiera escondido debajo de la cama (por aquello de que encerrarse en el armario es poco masculino).

Y yo me pregunto entonces: si la testosterona provoca el sentido del humor, ¿tener cara de tebeo es entonces síntoma de virilidad? Si es así no entiendo cómo es posible que no caigan las mujeres rendidas a mis pies en cuanto me ven.

Siguiendo con el artículo en cuestión, resulta que no todo son chanzas entre varones. Cuando uno es demasiado gracioso pasa de ser una compañía jocosa a ser un puto estorbo:

Neave indicó que los hombres podrían responder de manera agresiva debido a que consideran a otros hombres en monociclo como una amenaza, distrayendo la atención femenina de ellos mismos.

Y con esto ya estamos a vuelta con lo de siempre: todo gira en torno al sexo. Aunque, la verdad, es que todos sabemos lo que quieren las mujeres cuando se habla de evolución de la especie, y no me estoy refiriendo a ser más hábil en el medio en el que vivimos, a estar más adaptado al medio o a proporcionarle mejores recursos a la prole.

Queridos niños: a aquellos que "salen de caza" las noches de los fines de semana sólo me queda recomendarles que en vez de repeinarse, acicalarse y vestir sus mejores galas, la próxima vez lo que deben hacer es vestir unos pantalones anchos, calzarse unos buenos zapatones, enfundarse una nariz roja y no temer llevar una peluca de color verde. ¡Suerte!

domingo, 27 de enero de 2008

Leído por ahí: Las mujeres están fuera de mi alcance


¡Golfas!Algunas veces me pregunto porqué me molesto siquiera. Con la cara de atontado que tengo y mis piernas de pollo, mi vida amorosa sólo podría ser resumida con una palabra: inútil. Cuanto más lo intento, menor interés muestran las mujeres en mí. Es como si el 52% de la población ni siquiera supiera que existo. Pero no las culpo. Si yo fuera una mujer, tampoco estaría interesado en mí.

Sinceramente, ¿qué posibilidad podría tener un tío como yo con cualquiera de las mujeres de la Tierra?

Desde que era joven, no he sido capaz de apartar la vista de las mujeres. De cualquiera de ellas. Esos ojos. Ese pelo. Esas piernas. ¿Cómo se supone que alguien como yo puede aproximarse a un género como ese? ¿Qué le puedo decir a alguien que tiene un perfecto par de cromosomas X? Ya os lo digo yo: nada. Porque si tan siquiera lo hubiera intentado hubiera tenido que darme la vuelta, salir por la puerta y largarme a casa antes de ponernos en una situación harto embarazosa tanto a mí mismo como a cada unas de las mujeres que habitan el planeta.

Afrontémoslo: no hay absolutamente ninguna manera en la que pueda conseguir algún tipo de mujer entre los 18 y los 105 años.

Después de todos estos años, por fin me he dado cuenta de que mi madre tenía razón. Mis expectativas eran demasiado altas. No gano nada pensando que alguna fémina que ha vivido o vivirá en algún momento durante mi vida va a querer nada conmigo. Simplemente no soy el tipo de género contrario que buscan. Y, a decir verdad, estoy cansado de albergar algún tipo de esperanza sólo para que las aplaste sin piedad alguien con un útero. Tal vez si hubiera un tercer género menor, aparte de hombre y mujeres, con unos estándares extremadamente bajos, que nunca me hubiera visto antes, quizás entonces podría encontrar ese alguien especial. Pero mientras siga persiguiendo un romance entre las que tienen los genitales opuestos voy listo.

Desgraciadamente, cuando uno se interesa en un sexo que no es el propio, nada es mejor que una mujer. Siempre son populares y encantadoras. Todo el mundo quiere salir con ellas. Simplemente tienes que ver cómo visten, y, Dios mío, ¿has visto cómo caminan? ¡Me vuelven loco! Ese es un género que sabe que es digno de ver. ¿Cómo podría relacionarme con algo así?

Ese es precisamente el motivo por el que no me apetece salir ahí fuera. No puedo soportar ser rechazado por 3.200 millones de mujeres. ¿Quién podría? En serio, primero mirad a cualquier mujer y luego miradme a mí. No tengo nada que ofrecer al sexo opuesto, excepto el placer de no tener que aguantarme. Lo único en común que tengo con las mujeres es que ambos sabemos que podrían aspirar a algo mejor.

Cada día, cuando voy al trabajo, me prometo a mí mismo que voy a invitar a salir a una mujer, pero no tengo la confianza en mí mismo de ningún otro tío que conozca. Mi amigo Dave, por ejemplo. Es encantador, atlético y tiene algo que las mujeres desean. Es el tipo de hombre con el que todas las mujeres quieren salir. Y lo más importante que tiene, es que él no soy yo. Las mujeres son lo suficientemente sensibles como para fijarse en pequeños detalles como ese. Pero cuando estoy desvelado por la noche, pensando en esa categoría especial sexual con la que nunca estaré, me gustaría que no lo fueran.

No, ni siquiera debería soñar con tener algún tipo de posibilidad con las mujeres. Quizás lo intente de nuevo dentro de unos años, pero por ahora creo que lo mejor para todos es que asuma que la mitad femenina de la raza humana no tiene ningún interés en mí.
Fuente: http://www.theonion.com/content/opinion/women_are_way_out_of_my_league

domingo, 20 de enero de 2008

Un viaggio a Maranello: Ultimo giorno

El jueves era mi último día en Italia. A las 12 debía estar en el aeropuerto de Bolonia y no daba tiempo como para volver a ir al Museo de Ferrari a cortejar apropiadamente a mi nueva amiga italiana, así que me dirigí a la pista de Fiorano para despedirme apropiadamente.

Allí da igual la hora a la que vayas, porque siempre hay alguien muerto de frío junto al muro, esperando con cara de ensimismamiento que el sonido de un motor italiano caliente la mañana y le devuelva a la vida.

Tras las abluciones pertinentes bajé del coche, me acerqué a la valla y no dije adiós, sino hasta otra. A los sitios así, como a los buenos amigos, nunca se les olvida.

Enchufé entonces el TomTom para que me salvara de acabar perdido en un ignoto pueblo de la Toscana, trabajando como viñador al servicio de una pequeña casa de labriegos. Como era aún temprano y no tenía ninguna prisa, cuando me dio la opción de ir por autopista o por carreteras normales no lo dudé: vamos a ver mundo.

Con la voz metálica de Marta como guía, tomé una carretera de doble sentido que pasaba por todos los pueblos habidos y por haber desde Fiorano hasta Bolonia. Una carretera digna de ver, porque el ancho daba para que pasaran dos coches justos; no tenía arcenes y más allá del borde del asfalto había un terraplén que no debía bajar del medio metro de desnivel.

El tráfico era denso y la limitación de velocidad estaba marcada a 70 pero allí nadie bajaba de 90 ó 100 kilómetros por hora. Se fueron yendo de mi camino varios coches hasta que acabé detrás de un camión. Un camión de los grandes, con su caja independiente y demás. Lo digo porque quede claro que no estoy refiriéndome a una furgoneta o algo por el estilo. Pues hete aquí que comencé a fijarme en que el camión que llevaba delante, cada vez que llegaba a una curva, se ceñía al borde exterior pisando la línea blanca que delimitaba la carretera de un vuelco seguro, cortaba por interior y se abría a la salida de nuevo, huyendo como alma que lleva el diablo. ¿Me engañaban mis ojos? No. Una, otra y otra vez repitió la maniobra. Pero no quedó ahí la cosa. Si ya he dicho antes que la carretera estaba "limitada" a 70, a la entrada de los pueblos había un panel con luces que indicaba, primero, que la velocidad máxima en la zona urbana era de 40 y, segundo, la velocidad a la que estabas circulando. Si ya estaba yo deslumbrado con las dotes piloteadoras del camión en carretera abierta, en llegando a los pueblos fue demasiado para mí: ¡el camión me dejaba atrás!

No hubo entonces ninguna duda: cual Asterix el galo por tierras romanas no pude sino exclamar ¡están locos estos italianos!

Así que finalmente llegué al aeropuerto, volví a mi tierra y comencé el periodo de reflexión en el que todo el mundo se esfuerza por retener en la memoria todo lo que ha visto, vivido y sentido.

Ha pasado ya un mes, y aún no he asimilado que estuve donde estuve. Para mí sigue siendo como haber visto un montón de fotos, todas juntas, de sitios que ya había visto antes en otras fotos. Sólo digo que en la F1 Racing de este mes sale una foto de la puerta de Ferrari en Maranello, y cuando la vi al pasar la hoja aún pensé durante un microsegundo "algún día tengo que ir" antes de recuperar la consciencia y recordar que yo mismo hice una foto parecida.

Y todo ha sido por culpa de la gente de SIA: me han quitado la última ilusión realizable que me quedaba en la vida. Menos mal que me he largado, porque si no lo mismo me dicen que los reyes son los padres o algo así.

Para mayor escarnio, resulta que las muestras de cariño, públicas y privadas, me han desbordado. A alguien como yo, que de natural soy sensiblero, llorón, y un poco marica, no le pueden empujar al precipicio de las emociones y esperar que salga indemne.

Decía Cervantes en su última obra (y de la que estaba más orgulloso), Los trabajos de Persiles y Sigismunda, lo siguiente acerca del llanto:

Por tres cosas es lícito que llore el varón prudente: la una, por haber pecado; la segunda, por alcanzar perdón dél; la tercera, por estar celoso: las demás lágrimas no dicen bien en un rostro grave.
Creo que no he pecado, así que no puedo llorar por ello. En no habiendo pecado, tampoco es lícito que llore por alcanzar perdón. Así que permítanme que justifique las lágrimas por estar celoso.

Dicen que cuando te vas de un sitio una parte de ti se queda allí. No me gusta dejarme nada atrás, así que prefiero pensar que en vez de dejar una parte de mí, en realidad me he llevado conmigo una parte de todos los demás.

Queridos niños: sólo queda ya dar de nuevo las gracias a todos los que me han mandado sus comentarios (en público y en privado), y a todas las muestras de cariño que me llevo y seguro no he sabido corresponder como merecían. Gracias.

martes, 8 de enero de 2008

Un viaggio a Maranello: Terzio giorno (2ª parte)

¡Alto! ¡Attenzione!
Si vas a ver leer el texto que hay a continuación lo mejor es que antes te enteres de qué va todo esto tanto en las crónicas del primer día de mi viaje a Italia como en las del segundo y en la primera parte del tercero. También puedes ver algunas de las fotos.
Todo ha sido posible gracias a mis amigos y compañeros de SIA. ¡Gracias una vez más!
¡Alto! ¡Attenzione!


Al final de una salida que parece un camino vecinal (y que de hecho lo es), al borde de una carretera de mala muerte entre dos pueblos perdidos en el distrito de Emilia-Romaña en Italia, se esconde la pista de pruebas de Ferrari.

Ya el martes nada más soltar la maleta le pregunté a la recepcionista del hotel cómo podía llegar al circuito de Fiorano. Una vez más, me vi desbordado por indicaciones, gestos y caras de sorpresa cuando no entendía nada. Scusi, sai il nome della strada? Ni idea. Tutto diritto, y en la seconda glorieta a sinistra. Bueno, pues que sea lo que Dios quiera.

Aunque no confiaba mucho en las indicaciones que había entendido, llegué. El GPS me sacó de dudas: la calle se llama Gilles Villeneuve. Y puedo asegurar que cada coche que pasa le rinde el sonoro homenaje que merece, repitiendo un ritual no escrito que todos parecen conocer al dedillo: comienza a oírse un rugido atronador, doloroso, ponzoñoso y crispante; de inmediato se ve aparecer a lo lejos un coche pegado al suelo que nada más salir de las sombras de la noche da ráfagas. Es la señal convenida para que la puerta del circuito comience a chirriar, temerosa de que se escape algo de la magia que se esconde en su interior, y, antes de que pueda siquiera abrirse un palmo, un Ferrari esté detenido frente a la puerta.

Ya el martes, en algo más de una hora y media que estuve en la puerta aguantando la noche, el frío y la nieve, aparecieron 3 Ferraris: un 599 GTB Fiorano negro, con matrícula de pruebas, un Ferrari negro que llevaba cubierta toda la parte trasera, y que bien podría ser algún tipo de prototipo de lo que se rumorea será el nuevo Dino, y un F430 amarillo que llegó derrapando, entró derrapando y se fue del circuito derrapando, y todo con buen gusto y muy buenas maneras.

Tras haber pasado toda la mañana y parte de la tarde en Maranello, tenía ganas de más, y mi amiga italiana fue el acicate definitivo para volver a Fiorano. No quería irme de allí sin haber grabado unas cuantas pasadas de un F430, así que me encaminé hacia la escueta valla que separa la pista de una calle en la que las vistas de un bloque de pisos de 3 plantas es un circuito donde se prueban F1. No quiero ni imaginarme lo que tiene que ser intentar dormir la siesta mientras Luca Badoer o Marc Gené se obstinan en arañar centésimas al cronómetro con un coche que alcanza las 19.000 rpm.

Si dije que al relatar mis andanzas por la tierra del vinagre y de los Ferrari iba a intentar convertirme en un Camilo José Cela venido a menos, la verdad es que la experiencia más se asemeja a la de Antón Chéjov por la estepa rusa, porque el frío que hacía en Fiorano era más propio de Siberia que de un país embutido en el soleado Mare Nostrum.

El caso es que, como decía, llegué a la valla; y había allí un italiano ufano y jacarandoso, que disfrutaba con las apuradas de frenada del F430 que en ese momento estaba pasando. Por aquello de la hermandad de los pueblos y mantener las buenas costumbres le dije "buona sera" y saqué mi cámara de fotos. Y aquí callaron todos, tirios y troyanos, pues el buen hombre, que de natural debía ir todas las tardes a ver el espectáculo gratuito que se ofrece detrás de una verja y que debía estar aburrido con lo que para él era lo más normal del mundo, vio el cielo abierto, y, como quien dice, pegó la hebra conmigo. Y si mi escaso conocimiento del italiano me había dado problemas antes, aquí se los dio a él, porque por más que se obstinaba en tener una conversación, entre lo rápido que hablaba, el extraño acento que tenía, y que tendía más a hablar para el cuello de su camisa que para el vulgo allí presente, yo no era capaz de entenderle nada. Pero él nunca se daba por vencido. Cual moviola deportiva, era capaz de repetir una y mil veces la misma parrafada hasta que un servidor, por intuición más que por entendimiento, cogía al vuelo dos o tres palabras y me montaba una frase que podía parecerse (o no) a lo que el buen hombre me estaba diciendo, pero que a mí me permitía contestar un o un no.

Y por más que le decía que parlara piú adagio el hombre seguía tenaz en su empeño: buen rato me costó entenderle que la fábrica de Ducati se podía visitar, y no menos hacerle ver que, aunque era una muy buena idea y le estaba agradecidísimo de todo corazón, a mí las Ducati me la traen al pairo, y no pensaba perderme una tarde de frío y viento en la que había una remota posibilidad de ver un F1 de Ferrari pasando junto a mí.

Y en estas estábamos cuando en el silencio de la tarde se rasgó el telón que separa el infierno de la tierra, apareció un F2007, cruzó los nueve círculos del infierno y recorrió la pista hasta tres veces como una exhalación. Y si aquí creí morir de puro gozo, nuestro amigo italiano entró en éxtasis. Questo è musica! Y vaya si lo era.

Cada pasada hace que desees que se lo trague el infierno, o que te trague a ti. El aullido del motor es tal que cuando acelera (y lo hace a poco más de 10 metros) no puedes ver. Instintivamente abres la boca para compensar la presión de los oídos, lo que sólo sirve para hacer que la cabeza te vibre aún más. Cierras los ojos con fuerza, como si fueran a explotar a la vez que los tímpanos, y te agarras a lo primero que pillas para no caerte al suelo de culo. Las rodillas se entrechocan, y apenas aguantan el peso de las carnes temblorosas que tienen por encima. El dolor te entra por los oídos, te oprime el cerebro y aún tiene tiempo de retorcerte las entrañas antes de desaparecer tan rápidamente como vino, sin apenas dejarte ver un rayo rojo que ha pasado por tu lado.

Y, entonces, deseas que pase de nuevo.

Más rápido.

Más fuerte.

Más cerca.

Y cuando el infierno se lo lleva de vuelta por donde vino, deseas que se vuelva a abrir, una vez más, para volver a sentir ese dolor.



Queridos niños: si encontráis a alguna a la que le pueda decir que la ilusión de mi vida es estar pasando frío frente a una valla de metal a 2000 kilómetros de casa sin que piense que estoy drogado, loco o desequilibrado, haced el favor de presentármela para que la suba en un pedestal y no la baje más que para agasajarla y cubrirla de atenciones.




El retorno a casa y las conclusiones finales están en la crónica del cuarto día de mi viaje a Italia.

miércoles, 2 de enero de 2008

Un viaggio a Maranello: Terzio giorno (1ª parte)

¡Alto! ¡Attenzione!
Si vas a ver leer el texto que hay a continuación lo mejor es que antes te enteres de qué va todo esto tanto en las crónicas del primer día de mi viaje a Italia como en las del segundo.
También puedes ver algunas de las fotos. Todo ha sido posible gracias a mis amigos y compañeros de SIA. ¡Gracias una vez más!
¡Alto! ¡Attenzione!

Esto sí es decoración con gusto, y no la mierda de perro del GuggenheimPor fin había llegado el gran día. El día de reyes se había adelantado para mí casi un mes y todo el mundo sabe que la noche del día de reyes no se duerme. Agotado física y mentalmente, cerraba los ojos y veía señales de desvíos a Módena y Sassuolo por todas partes. El eterno retorno que describía Nietzsche se había convertido en un interminable girar alrededor de una glorieta de la que nunca iba a poder salir, con italianos adelantándome por la derecha... ¡a mí! ¡Por la derecha! ¡Y en una glorieta!

Para mayor jocosidad, la noche anterior había cenado en una pizzería de Fiorano una pizza del tamaño de la tapa de una alcantarilla, y eso que era la más pequeña que despachaban. La grande era rectangular, cubría una superficie cercana a las 2 hectáreas y eran necesarios 4 estibadores para sacarla del horno. He de decir aquí que una cosa tiene Italia que te hace sentir como si estuvieras en SIA: las latas de cocacola están en italiano.

Ferrari 500 F2 de 1951, el primer Ferrari Campeón del MundoAntes de seguir, permitidme un consejo de amigo: cuando vayáis a pedir una pizza en Italia, estad contentos con el tamaño que os den; ni se os ocurra pedir un cacho, y mucho menos decir Io voglio un... un... un... cacho, acompañando por supuesto con el gesto del tamaño que quieres. Ver girar la cabeza con la mirada enajenada a cinco italianos mientras tienes las manos frente a ti separadas unos 30 centímetros, te hace darte cuenta rapidísimamente que algo muy malo le acabas de decir a la chica con la que estás hablando. ¡Ah, casi lo olvido! Puedo decir que estuve en Italia y que vi a Mónica. No era mi Mónica, pero era una Mónica. Quizás tuviera las curvas más pronunciadas que la Bellucci, pero a mí, como a los italianos, me gustan las curvas, los coches rápidos, y los semáforos en ámbar. Efectivamente, la Mónica de la que hablo no era otra que la lozana chica de la pizzería.

Se preguntarán, con razón, a qué viene toda la historia de la pizzería. Bueno, lo primero es que tomarte una pizza en Italia y compararla con las de aquí ni es lícito, ni debería estar permitido por la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Y no me estoy refiriendo al Telepizza, el Pizza Hut o el Ginos, por supuesto. Y, segundo, apretarte una pizza cuando estás con el estómago encogido no suele ser una buena idea. Pasé una noche muy entretenida sin necesidad de compañía.

Forza Ferrari!!!Con estas premisas amanecí el 19 de diciembre, listo y dispuesto para visitar Maranello. Estaba demasiado nervioso (y era demasiado temprano) como para irme directamente al Museo Ferrari, así que volví a pasar por Fiorano. De día, y sin nieve, la entrada al circuito era aún más decepcionante. Flanqueada por un pequeño taller de coches a un lado y lo que parecía un almacén de materiales de construcción al otro, imaginarse a los mejores coches del mundo entrando por allí era pensar en sandeces. Y sin embargo, al poco de llegar, vi pasar un camión de la Scuderia Ferrari, llevado tan tranquilamente por un conductor como quien lleva palets de váteres a la obra. Claro que mientras unos son para cagar, y con los otros te cagas.

Vista la poca animación que había en Fiorano a las 1o de la mañana, finalmente me enfrenté a mis fantasmas y me decidí a dirigir mis pasos a Maranello.

La entrada al Museo ya indica que lo que hay dentro es especial. No serán obras de arte, pero a más de uno no nos importaría tener uno de esos coches en el salón de casa. Tremando como un niño en la puerta de Disneylandia, entré.

No creo que a ninguna de las dos mozas vestidas de Ferrari que estaban en la entrada les sorprendiera ver llegar a un turista, pero supongo que ver a un mocetón más cerca de los 30 que de los 20 con los ojos llorosos abiertos como platos (se admiten chascarrillos), las manos temblorosas y cara de haber llegado al paraíso pidiendo una entrada para luego no atreverse a entrar tiene que ser, cuando menos, curioso.

Ferrari 126 C de Gilles VilleneuveAsí que al final entré. En la planta baja todos los coches expuestos eran de Formula 1. Era como ver en tres dimensiones todas las fotos que ya me sabía de memoria. Coches de Fangio, Ascari, Villeneuve, Alesi o Berger junto al F2001 y el F2004. Pero no piensen que estaban a 5 metros tras una vitrina, o protegidas con rayos láser. Estas pequeñas piezas de la historia se acompañaban de un escueto "Please do not touch - Prego non toccare". Y casi no era necesario que estuviera el cartel, porque todos los que estábamos allí nos mirábamos incrédulos, como si no fuera ético estar al lado de los coches con los que corríamos de pequeños en el scalextric. Cada una de estas máquinas era un desafío al instinto de supervivencia de los pilotos, que tenían que conducirlos por encima de los 250 km/h en circuitos en los que los espectadores estaban separados de las pistas por, en el mejor de los casos, unos pocos metros de césped.

El Ferrari 126 C que tenían expuesto era una oda a la temeridad. Imaginarse a un mortal llevando al límite semejante máquina hace estremecer al más sereno. Pero no es sólo que tenga la pinta de una caja de muertos con ruedas y alerones, sino que el interior da la sensación de haber sido concebido para maximizar los daños al piloto en caso de accidente. Desgraciadamente Gilles Villeneuve, el que es junto a Stirling Moss uno de los pilotos más queridos y admirados de la historia que nunca llegaron a ganar un mundial, lo comprobó empíricamente.

En la planta superior estaban los modelos que no eran de F1. Junto a coches más o menos actuales como un 599 GTB Fiorano, o un 360 Modena hecho expresamente por orden de Giovanni Agneli como regalo de bodas para Luca Cordero di Montezemolo, se veían clásicos de los 60 y 70, y los modelos exclusivos que todos hemos tenido en los cromos: un Dino, un F40, un F50 y un Enzo.

Existe, es de verdad y lo he tocadoEstar delante de un Ferrari Enzo es lo más parecido que he sentido en mi vida a estar enamorado. El arrobo, el vacío en el estómago, la boca seca, la mente obnubilada, la vista borrosa, el pulso acelerado, la respiración entrecortada y las manos temblorosas le hacen a uno dudar si está enamorado o si se ha contagiado con el tifus. Y lo peor es que no importa que intentes disimularlo pensando en otra cosa, porque los ojos te delatan. Mantienes la vista fija en el objeto de deseo, y notas cómo la sangre se te amontona en las mejillas. Te falta el aire. Lo miras de lejos, pues no puedes ni acercarte por temor a que la gente de alrededor note que realmente estás más interesado de lo que quieres dejar entrever. Cuando cierras los ojos los abres enajenado, queriendo cerciorarte de que realmente estás allí, a su lado. Sabes que no vas a poder recordarlo tal y como lo estás viendo en ese momento, y querrías que ese momento no pasara nunca. Intentas memorizar cada curva, cada brillo, cada detalle, para gozar luego con los recuerdos tanto como estás disfrutando en ese momento.

The Widowmaker (en malas manos)Y es que no sólo es bello estéticamente. El Enzo es el coche de calle que más se parece a un F1 tecnológicamente hablando. Sólo con asomarse a las entradas de ventilación para los discos de freno delanteros se percibe que nada en el diseño de este coche es casual. El motor V12 y las geometrías de las suspensiones traseras que se atisban desde el capó trasero son dignos de haber sido dibujados a carboncillo por Miguel Ángel, y, por lo que a mí respecta, lo mismo podrían adornar un coche que el baldaquino de San Pedro (y que Dios me perdone si estoy blasfemando). Las entradas de aire del morro esconden un alerón delantero encubierto, y las traseras denotan que frenar los 660 CV del Enzo tiene que dar tanto calor como goce a las gónadas.

Algo así como 3 horas estuve en el museo viendo y disfrutando los coches. Sí, es posible que se pudiera ver en menos tiempo, pero yo me quedé con ganas de más.

A eso de la una de la tarde salí y me encaminé hacia la fábrica de Ferrari. Anduve los 400 metros escasos que separan el museo de la fábrica y la Ferrari Store como si no fuera a llegar nunca, o como si no quisiera llegar. Una calle estrecha, un giro, y ahí está frente a mí la puerta que he visto un millar de veces. Y no es espectacular. No es lujosa, no es pretenciosa, y cualquiera podría pensar que lo mismo pudieran fabricar coches que baldosas de cocina, como hacen todas las demás fábricas de los alrededores. Pero cuando se ve el escudo de Ferrari en la puerta todo cambia: ya no es una fábrica cualquiera. Es la casa de los campeones del mundo, del equipo de Formula 1 más laureado de todos los tiempos.

Orgoglio FerrariNo es mágico tener que trabajar todos los días. No es mágico levantarte por las mañanas para ir a una fábrica. No es mágico vivir en un pueblo de 16.000 habitantes. Es mágico trabajar todos los días en una fábrica en un pueblo de 16.000 habitantes a la que peregrinan gentes de todo el mundo que saben que nunca van a poder comprar lo que tú fabricas.

Por cierto, el regalo de Navidad en Ferrari fue un F2007 en escala 1:12, un calendario de Ferrari, una caja de un pin, llavero o similar, lo que parecía ser un libro anuario del 2007 y una foto de Kimi y Felipe firmada por ellos. Huelga decir que lo importante no era el gasto, sino que todos salían con sus regalos orgullosos de llevarlos. Más de uno me miró con cara de "Molo, ¿eh?" cuando me vio con cara de pánfilo frente a la fábrica.

A unos escasos 200 metros de la fábrica vi salir de un colegio a unos chavales vestidos de deporte camino del parque. Me pregunté, no sin envidia, cuántos de ellos acabarían trabajando en la empresa de Il Commendatore.

Así que volví al Museo y me tomé un café cappuccino en la Caffetteria del Cavallino junto a trabajadores de Ferrari. No llevaban mono rojo, pero iban con acreditación, así que supuse que era personal de oficina.

Io sono innamorato d'una bella dama...Ya iba a medio camino hacia el coche cuando, como es de recibo, me dije a mí mismo lo que todos han pensado ya: ¿cuándo en toda mi vida voy a volver a tener ocasión de estar al lado de una italiana guapísima, vestida de Ferrari, y a la que le puedo pedir que se haga una foto conmigo? Así que sabiendo que la vergüenza era verde y se la comió un burro, desanduve mis pasos y volví a la entrada del museo.

Me acerqué a la chica que ya me había visto lloriqueando por la mañana y le dije en mi ya famoso italospagnolo de bolsillo que si me podía hacer una foto con ella. Me contestó que sí, y cuando ya la tenía le dije que era para que mis amigos vieran que todas las italianas eran guapas, pero que las italianas de Ferrari lo eran aún más. Cuando se echó a reír y me preguntó de dónde era no tuve los reflejos de macho ibérico que necesitaba para invitarla a España, así que me limité a contarle que venía de Madrid, y que mis amigos me habían regalado un viaje a Italia porque saben que amo Ferrari, amo Italia, ¡y amo a las italianas! Grazie mille!

Queridos niños: no puedo decir que Maranello sea una ciudad bella, luminosa, o tan siquiera populosa, porque hay otras muchas que la avergonzarían en la comparación. Pero Maranello es mágica. Cada esquina, cada calle, cada casa, está acompañada por un color, un sentimiento y un mito: Ferrari, y para mí eso es suficiente.


El resto del relato del día, compartiendo la tarde con un jocoso lugareño en el circuito de Fiorano, en la segunda parte de la crónica del tercer día.