Un viaggio a Maranello: Secondo giorno
¡Alto! ¡Attenzione!
El lunes no sabía ni dónde estaba, ni a dónde iba, ni de dónde venía. Vinieron amigos a los que no atendí como debían, pero estoy seguro de que sabrán disculparme. Cuando pedimos la cuenta en el museo del jamón y vimos que se habían ingerido la nada despreciable cantidad de 94 cañas (sic), amén de otras bebidas no espirituosas, todavía no había asimilado que al día siguiente debía estar en Barajas cogiendo un avión con destino a la tierra de los Ferrari. Es más, a las 12 y media de la noche aún estaba chateando con Sergio acerca de lo que podía ver y las rutas a seguir.
Cuantos me conocen saben que soy poco dado a andar en solitario. Necesito una compañía para ir a cualquier sitio como el resto del mundo necesita el aire que respiramos. Una visita al MediaMarkt en solitario no solo no es divertida, sino que suele ser un mal rato rodeado de gente a la que rehúyo, pero ir acompañado y salir con una compra imprevista me proporciona solaz y regocijo para toda la tarde.
Así que ahí estaba yo, en el aeropuerto Guglielmo Marconi de Bolonia, con el estómago encogido, el alma henchida y la mente obnubilada, presto a recorrer las tierras de la Emilia-Romaña. No engaño a nadie si digo que me las prometía yo muy felices cuando, con mi inglés de Oxford, me dirigí al menda de la ventanilla de coches de alquiler y le pedí uno con navegador. Malamente me debió entender, porque así como le hablé yo en mi mal inglés, presto me contestó él en un perfectísimo italiano que macchina sí, pero que navegador no. Nada de qué preocuparse -pensé yo-, puesto que traigo un mapa que me ha proporcionado Google Maps con el que espero llegar sin problemas a cualesquiera sitios quiera visitar. Con todo, y como mi padre me ha enseñado que siempre es mejor prevenir que curar, me proveí convenientemente de un mapa de Italia centro nord.
Así que ya tenía las llaves (le chiave) de mi Clio, mi mapa y mis irrefrenables ganas de ver Ferraris: todo lo necesario para comenzar mi aventura.
A continuación, queridos lectores, se da puntual cuenta de lo que se me pasó por la cabeza en los siguientes 5 minutos:
- Parking de coches de alquiler, planta -1, plaza 4. ¿Mi Clio?. Listo. ¿Mi mapa?. Listo. ¿Benzina?. Listo. Andiamo presto! ¡Oh, qué bien va este embrague!. ¿Pero no decían que los italianos conducían mal? Otro mito echado por tierra.
- Salgamos pues del aeropuerto dirección Módena.
- Porras, qué carretera más mala.
- Una glorieta. ¿Dónde voy? ¡Ah, la Autostrada A1! ¡Esa es la que yo tengo que coger!
- Ahí voy, dirección Nápoles. ¿Pero yo hacia dónde iba? ¿Yo no iba a Módena? Eso es hacia el norte, ¿no? Y Nápoles está... está... ¡hacia el sur!
- Mejor doy la vuelta a la glorieta, no vaya a equivocarme y me pierda.
- Cielos, ¿¡de dónde ha salido este!? ¡Qué rápido van aquí en las glorietas!
- Milán está hacia el norte, así que... vuelta a la glorieta del aeropuerto y cojamos sentido Milán.
- ¿Pero seguro que yo voy a Milán? ¿Ahí atrás no había una salida con un cartel que ponía Módena, o yo lo he soñado?
- Mejor volvamos a dar la vuelta a la glorieta.
- ¿Por qué harán los carteles tan pequeños? ¿Les cobrarán exponencialmente según hagan el tamaño de las letras? ¿¡Y este tío cómo me ha podido adelantar por la izquierda si voy pegado al muro!?
- Mierda, ya me he despistado. Mejor doy otra vuelta a la glorieta.
- ¿Qué coño es una Autostrada? ¿Yo no tenía que coger una autopista? ¿Por qué está el cartel de la Autostrada en verde? ¿Pero las autopistas no se ponen con fondo azul? ¿Qué coño significaba el fondo verde? ¿Eso no eran las vías rápidas? ¿Cuándo tengo que renovar el carné de conducir?
- Mejor doy otra vuelta a la glorieta.
- Autostrada A1. Definitivamente, es la mía. ¿Voy a Milán?
- Mejor doy otra vuelta a la glorieta.
- ¡Ahí pone Módena! ¡Hasta el infinito y más allá!
- Scusi, sai dove è la strada Via Circondanciale di san Francesco?Uno, otro, otro... ¡nadie tenía ni idea! Tras una hora dando vueltas por Módena (pasé por delante de las oficinas de Maserati, pero en mi estado de nerviosismo no pude ni sacar una foto), vi el cielo abierto: una comisaría de carabinieri.
- È qui? Scusi, non so.
Lo que parecía más una tienda de gominolas que una comisaría albergaba un par de orondos policías tras una ventanilla. Cuando le repetí la pregunta que le había planteado a medio Módena al mayor de ellos sobre dónde estaba la Via Circondanciale di san Francesco me miró como si fuera un pequeño hombrecillo verde y acabara de bajar de una nave espacial. Por suerte pude enseñarle el papel donde llevaba la dirección del hotel y decirle "Vado qui", y todo mientras contenía las lágrimas. Al hombre se le iluminó la cara, y entre gestos de alegría y grandes aspavientos me gritó "Il vostro Hotel è a Fiorano Modenese! Dove se prova gli Ferrari! Questo è Modena!", todo ello acompañado del gesto inequívoco de conducir, moviendo ambas manos arriba y abajo alternativamente como si estuviera pilotando un camión de 16 ejes o batiendo tres docenas de huevos de avestruz, mismamente.
Cuando dijo Ferrari salté mientras gritaba "Si! Sono venuto per verdere gli Ferrari!". Comenzó entonces a explicarme cómo llegar a Fiorano: que si la carretera de Sassuolo, que si caneloni, que si mascarpone, que si così fan tutte... Y yo asintiendo con la cabeza, preso de impotencia, y pensando que en cuanto saliera por la puerta iba a buscar un TomTom.
Así que en cuanto salí de la comisaría, cogí el coche y me puse a buscar una tienda donde pudiera comprar un navegador. Por si alguien no lo sabe, Módena tiene unos 180.000 habitantes y debe venir a ser del tamaño de Albacete (con todos mis respetos para la ciudad de las navajas, pero entre Ferraris y facas yo me quedo con los coches).
Estando en esta tesitura de impotencia, desazón y franco derrotismo, me llamó Rafa. Paré el coche en la puerta de un garaje y casi me echo a llorar. Tras 2 horas en Italia lo único que había conseguido era perderme en Módena. Las calles estaban tan vacías como mi dignidad, y todo sin contar los copos que caían para recordarme que el infierno se acababa de congelar y a mí me había pillado a mitad de camino de ninguna parte.
Vi pasar a una buena mujer con una niña, colgué malamente a Rafa, bajé del coche como si estuviera a punto de explotar y al grito de Scusi! Scusi! le pregunté si sabía dónde podía comprar un TomTom. Por supuesto, se me pasó por la cabeza que ni siquiera supiera lo que era un TomTom, pero San Francisco de Asís estaba de mi lado e iluminó la poca esperanza que quedaba en mi vida.
La buena mujer pensó, repensó, y, viéndome con los ojos preñados de lágrimas, tiritando y esforzándome por hablar en un pésimo italiano, me dijo que había una tienda de teléfonos en la que era posible que vendieran navegadores. Cinco minutos después aún estaba intentando darme indicaciones para que llegara. Las lágrimas se iban convirtiendo en lagrimones, y la impotencia en desesperación, porque quitando lo de destra y sinistra yo no entendía nada. Pueden suponer cómo me vería de desesperado sabiendo que me dijo "si aparcas bien el coche te acompaño".
Diez segundos después había aparcado y estaba de camino de la tienda de teléfonos acompañado por esta buena mujer y su hija. La niña estaba gozando como poco, viendo cómo su madre salvaba de la desesperación a un guiri que hablaba italiano como si le hubieran metido una zapatilla en la boca. Cómo se vería de emocionada que me dijo "Io vado a la scuola, per il recitare del natale" (o algo así). La niña estaba emocionada, pero yo me sentí como si estuviera escuchando de nuevo el CD del fascículo 2 del curso de Planeta-Agostini de italiano. Tuve que buscar cómo se decía "buena suerte", pero cuando le dije "buona fortuna" y tanto a la niña como a la madre se les iluminó la cara di por bien pagados los dineros que me costó el puñetero curso que nunca estudié.
Acompañado por la mamma e la figlia llegué a la tienda que estaba cerrada pero que, gracias a Dios, sí tenía sistemas GPS.
Como faltaba media hora para que abrieran, di una vuelta por el barrio para pasar el rato, y me encontré una heladería. ¿Helados italianos? ¡Cómo no! Cuando me vi sentado en una parada de autobús de Módena tomando una tarrina de helado de tiramisú mientras nevaba, supe que todo iba a salir bien.
Y dicho y hecho. Menos de 1 hora después estaba entrando en el hotel, y en menos de 1 hora y media estaba en la puerta del circuito de Fiorano, escuchando el rugido del motor V12 de un 599 GTB en manos de un italiano loco.
Queridos niños: si pensáis que esta sólo habla de sensaciones, sentimientos y mariconadas varias, sabed que la próxima entrega va a ser más de lo mismo, pero incluyendo la crónica de la visita al Museo Ferrari, a la fábrica, y las 2 horas apostado en la valla de la pista de Fiorano viendo pasar coches de ensueño a 10 metros, incluyendo un F1 del 2007, otro F1 de los 90, y un Maserati MC12 de competición.
Puedes seguir leyendo las andanzas por Italia en la primera parte de la crónica del Tercer día del viaje por Maranello.