Del mayor espectáculo del mundo, los AC/DC, y 21 salvas de cañones
No puede ser que la banda de ROCK más grande que ha pisado este peñasco que da vueltas alrededor de una bola incandescente de hidrógeno venga a mi ciudad y yo me quede en casa rumiando la ignominia de no haber conseguido entradas.
¿Qué hubiera pasado si le hubieran dicho a Newton "lo siento tío, no tienes entradas para la Royal Society"? ¿Qué hubiera pasado si le hubieran dicho a Neil Armstrong "lo siento tío, no tienes entradas para el Apolo XI"? ¿Qué hubiera pasado si le hubieran dicho a Marty McFly "lo siento tío, no tienes entradas para el De Lorean"?
¿La respuesta? Nada. Nada comparado con lo que hubiera pasado si al aparecer los AC/DC en el escenario del Pabellón de los Deportes de la Comunidad de Madrid no estoy yo debajo para gritar, saltar, cantar coros y exhalar hasta la última partícula de energía que quede en mi maltrecho cuerpo.
No conozco a nadie que los haya visto en directo y no quiera volver a verlos. No conozco a nadie que no los haya visto, no quiera verlos, y esté en su sano juicio.
Los AC/DC no son una banda de Rock a secas. Son unos tíos que harían a un sordo de nacimiento saltar con los puños en alto poniendo cuernos sólo con sacar sus guitarras del estuche.
Desde que se apagan las luces hasta que termina el último de los 21 cañonazos que acompañan al For Those About To Rock que cierra todos los conciertos, no hay ningún espectáculo más enérgicamente brutal, más sonoramente doloroso y más genialmente divertido que un concierto con Malcolm Young, Angus Young, Brian Johnson, Phil Rudd y Cliff Williams.
Sí, ya sé que dije que no había conseguido entradas, pero me voy a ver a los AC/DC. Me lo merezco. Se lo merecen. El mundo seguiría girando aunque yo no fuera a verlos, pero, sinceramente, a mí no me apetecería seguir girando con él.
Hoy, 31 de marzo del 2009, día en que los AC/DC celebrarán el 54º cumpleaños de Angus Young dando un concierto en Barcelona, puedo decir que el 2 de abril me voy a ver a los AC/DC al Palacio de los Deportes.
Y, después, que sea lo que Dios quiera.