domingo, 19 de agosto de 2012

Crónica de una Odisea del siglo XXI


Según narra Homero en la Odisea, Odiseo (a.k.a. Ulises) tardó veinte años en regresar a la isla de Ítaca desde Troya. Diez atrapado y otros diez puteado por Poseidón, que lo llevó por las aguas del Mediterráneo como un junco seco en un tifón. Pues bien, vengo, aquí y ahora, a afirmar que no fueron los dioses sino la gente de Google los que hicieron penar a Odiseo durante 20 años.


Odiseo usó Google Maps

¿Por qué digo esto? Porque no puede haber dios tan cruel que mande a quien está camino de su casa a atravesar la práctica totalidad del mundo conocido para los griegos. Ese nivel de sadismo está reservado a otros seres humanos. Tipos con gafas que tienen un billar en la oficina, pero que seguro que lo usan para hacer simulaciones de modelos matemáticos físicos de dudosa o nula utilidad.

Para probarlo tengo una historia que hará que nuestros conocimientos sobre el mundo griego den un vuelco comparable al descubrimiento de la piedra de Rosetta para el egipcio. Y es una historia de terror.

Como toda historia de terror que se precie, el inicio es alegre. Todo comenzó con una festiva jornada de 15 de agosto, en la que compartimos mesa y mantel con unos muy queridos amigos en tierras abulenses. El camino de ida desde Madrid hasta Navalperal de Pinares, unos 100 kilómetros, no nos llevó mucho más de una hora, y eso contando con la ligera llovizna y el tráfico propio de un festivo en Madrid.


Yo también usé Google Maps

El día fue un dechado de alegrías y, tras una cuchipanda que debió haber sido al aire libre pero que se hizo bajo techo por la lluvia, todo estaba listo para una vuelta a Ítaca casa tan tranquila como la ida.

Dicho y hecho. Conectado el móvil y establecido "casa" como destino, partimos prestos a eso de las 9 de la noche para evitar que se nos hiciera demasiado de noche en el trayecto de camino que iba a ser de doble sentido.

Camino de El Escorial, pronto nos dijo el navegador que abandonáramos la carretera principal. Buenas noticias, porque de la carretera aburrida y transitada por la que íbamos pasamos a otra más estrecha, revirada y, por qué no decirlo, divertida. Motor turbo con 170 caballos, diferencial electrónico, cambio automático de doble embrague, dirección dual pinion, suspensión deportiva, llantas de 18 y una carretera para mí solo.

La cosa empezaba bien, pero la carretera se iba estrechando, y poco después de pasar por el primer pueblo las líneas que marcan el borde de la carretera desaparecieron según la noche iba empujando el día. Luego desapareció la línea que separa los dos carriles, aparecieron piedras en el camino y, finalmente, lo que era un asfalto en buenas condiciones se tornó un camino más propio de bestias que de coches.

De lo que nos íbamos encontrando por el camino sólo me sonaba Peguerinos por el nombre, así que no tenía ni idea de donde estaba. La noche se cerraba junto con los matojos al borde de la carretera. Los socavones fueron creciendo desde el tamaño de una palangana hasta el de Andorra. Ya nos habíamos cruzado con un caballo que bajaba (por la izquierda, tratándose de un peatón) mientras el móvil seguía llevándome puerto arriba, y sin mucho criterio pensé que, más tarde que temprano, acabaríamos llegando a una carretera que no fuera asfaltada en tiempo de Primo de Rivera.

Seguimos avanzando hasta que llegamos a un camino en el que una vaca se haría un esguince de tobillo si intentara pasar. Eran las 10 y cuarto de la noche cuando llegamos a dos postes de hormigón que flanqueaban la carretera, que ya era un camino de cabras. Detrás, un cartel que decía "Pista forestal en mal estado". A la vista, un camino de tierra regada de piedras del tamaño de puños.

El Alto del León, que debía estar un poco más adelante, se quedaría fuera del recorrido. Meterse en un pedregal con un coche con suspensión deportiva rebajada y llantas de 18 pulgadas (de nuevo, forthcoming info) no es la mejor de las ideas, así que, esta vez sí, la única opción era dar la vuelta y deshacer el camino andado. Para no pasar por los socavones que habíamos sorteado sin mucho éxito en la subida, en el único desvío que había entre Peguerinos, de donde veníamos, y El Escorial, enfilamos hacia la obra de Felipe II.

Tal era ya la mezcla de desesperación y congoja que, para documentar esta particular odisea, puse en marcha el runkeeper (lo sé, no era la mejor de las herramientas) y comenzamos a tomar documentos videográficos de la aventura.




—¡Hola caballito! ¡Ay, no, no pases por ahí me cago en la puta madre!
[...]
—Espero que no se me cruce... Ha decidido cruzarse.

Para despejar las dudas, el caballo mente caca acabó apartándose lo justo como para quitarle las pegatinas por la izquierda.



Al final llegamos a las 11 y cuarto de la noche al Escorial.



... Y preguntamos. Aunque la idea era preguntar a un viandante, el cielo se abrió cuando vi que detrás apareció un coche patrulla de El Escorial con un solo ocupante que tuvo que quedarse a cuadros cuando vio que en plena cuesta arriba el coche que llevaba delante se paraba en mitad de la calle y metía marcha atrás, para a continuación ver bajarse al conductor, que se acercó y le preguntó cómo salir del noveno círculo centro del pueblo. ¿Y cómo pudo obrarse el milagro de que metiera marcha atrás, me bajara y no hubiera un accidente o, como poco, se calara el coche? Pues porque el coche es automático (de nuevo, forthcoming info), y la palanca tiene posiciones de Parking - Marcha atrás - Punto muerto - Marcha adelante (P - R - N - D). Marcha atrás, freno de mano, y el coche ni se cala ni se cae. ¡Maravillas de la técnica!

En fin, incluso con las indicaciones del guardia costó salir, porque había más calles cortadas de las que se suponía, pero finalmente volvimos a la M-600, M-503 y, finalmente, M-40, a donde llegamos a eso de las 12 y cuarto de la noche.

Los más impacientes estarán deseando que esto acabe, pero en realidad quedaba la guinda final: en la incorporación a la M-40 el coche empezó a hacer extraños. Una parada de emergencia, una inspección ocular rápida, y un pinchazo confirmado. Las más de dos horas y media por terregales y pistas forestales en mal estado se habían cobrado una víctima.

Para quien crea que cambiar una rueda es algo trivial, le sugiero que lo haga a) sin gato, y b) sin llave para quitar y poner los tornillos. La grúa tardó 40 minutos (un festivo a las 12 de la noche, no se le puede pedir más) y cuando llegó el conductor, que cuando vio que sólo tenía un pinchazo me identificó como un snob cretino que no quería mancharse las manos, acabó riendo conmigo cuando le demostré que el coche tenía apenas 5 meses y venía sin herramientas. Tardó escasos tres minutos en poner la galleta, y ya teníamos vía libre para seguir el camino a 80 kilómetros por hora, no sin el temor a que hubiera alguna otra rueda tocada.

En total fueron cuatro horas y media de viaje, lo que viene a ser el mismo tiempo que tardo en ir de Madrid a Sevilla (yendo siempre a velocidades legales, haciendo paradas de 20 minutos cada dos horas o 200 kilómetros y empleando los circuitos temporales de una T.A.R.D.I.S. para viajar en el tiempo). Un viaje Ávila-Madrid que llevó 4 horas y media, ¿es o no es el equivalente moderno a la Odisea?

Queridos niños, mis consejos de hoy son los siguientes (dos conocidos, uno nuevo):
  1. El gasto de hoy es el ahorro del mañana.
  2. El dinero del mezquino anda dos veces el camino.
  3. Usad el GPS del Google Maps sólo para callejear.